El olfato desempeña un rol fundamental en nuestras vidas: desde la percepción del sabor de los alimentos, la detección de peligros, la formación de recuerdos y hasta las relaciones sociales, mucho de lo que nos rodea llega al cerebro como impulso eléctrico provocado por una partícula aromática u odorífera y es procesado para darnos información del mundo en el que vivimos.

El procesamiento de los olores posee una particularidad única en comparación con otros sentidos: es profundamente emocional. Esta distinción se origina en la trayectoria neural que una molécula aromática sigue al llegar a nuestra nariz. Por un lado, se dirige hacia la corteza orbitofrontal, donde se procesa la información de manera similar a la visual, de forma racional. Aquí comprendemos y analizamos lo que estamos oliendo. Sin embargo, existe una segunda vía que conduce al sistema límbico, involucrando áreas como el hipocampo y la amígdala cerebral, encargadas de aspectos emocionales. Así, mientras que la visión se relaciona directamente con la razón, el sentido del olfato tiene un vínculo más profundo con las emociones.

Por esto la anosmia, trastorno olfativo que se caracteriza por la pérdida total o parcial del sentido del olfato, tiene un impacto significativo en la calidad de vida de quienes la padecen con efectos como la pérdida de placer en la comida, la incapacidad para detectar olores peligrosos como el gas o el humo, y las dificultades en las relaciones sociales y emocionales debido a la falta de conexión con el mundo a través del sentido del olfato. La salud, las hormonas y el comportamiento se ven afectados por todo lo que olemos y la anosmia puede incluso provocar depresión y ansiedad.

La anosmia puede ser temporal o permanente y afecta a personas de todas las edades. Las principales causas de esta pérdida del olfato pueden ser desde una congestión nasal temporal debido a una alergia o resfrío, el uso de ciertos medicamentos, una condición congénita o hereditaria, lesiones por golpes en la cabeza o incluso enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson, el Alzheimer o la esclerosis múltiple y, en estos últimos años, el COVID-19.

El tratamiento de la anosmia depende de qué lo causó originalmente. En ocasiones, como en el caso de una congestión nasal provocada por un resfriado, el sentido del olfato puede recuperarse naturalmente una vez que se resuelve la afección principal. No obstante, en situaciones más complejas, podría requerirse un tratamiento específico dirigido a abordar la causa subyacente, o incluso ser necesaria la rehabilitación olfativa para favorecer la recuperación de la función olfativa perdida.

En resumen, la anosmia es un trastorno olfativo que puede tener diversas causas y puede tener un impacto significativo en la calidad de vida. Es importante buscar atención médica si se experimenta una pérdida repentina del sentido del olfato para identificar la causa subyacente y recibir el tratamiento adecuado.

 

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