Desde el siglo XIX se produce vino en Chile de forma regular, aunque no fue sino hasta el siglo pasado que su calidad y cantidad aumentó considerablemente, siendo hoy el cuarto productor a nivel mundial después de España, Italia y Francia, con exportaciones que llegan a 150 países del mundo. Si bien las regiones de Maule y O´Higgins concentran la mayor cantidad de viñas, estas se extienden por todo el Valle Central, generando empleos directos e indirectos, aparte de fomentar el desarrollo del enoturismo, que cada año atrae a casi 950 mil turistas, es decir, un 15% del total que recibe Chile.

De allí la importancia que tienen las fiestas de la vendimia, que se celebran entre marzo y abril, de las cuales la de Curicó es la más importante de todas, incluso con nombre patentado en 2018. Otras que gozan de reconocimiento son las de Santa Cruz, Pirque y Talca.

Similares celebraciones ocurren tanto en Europa como en otros países de Latinoamérica. Es el caso de Uruguay, donde tienen lugar el primer fin de semana de marzo y en las que participan sólo bodegas asociadas a “Los Caminos del Vino”. También son famosas las de Argentina, en particular, la de Mendoza, cuyo origen se remonta a 1936 y que ha sobrevivido hasta el presente, pese a las diversas vicisitudes históricas. De hecho, en 2011 la revista “National Geographic” la nombró la segunda fiesta de la cosecha más importante del mundo. Debido al cambio de hemisferio, en México -en tanto- esta fiesta tiene lugar a mediados de julio, destacando la de Santiago de Querétaro, con 37 años de tradición.

A pesar de todos los atributos y de su popularidad, el vino ha hecho grandes esfuerzos para reinventarse con el propósito de conquistar a los consumidores más jóvenes, con presentaciones individuales, transportables, con sabores naturales, sin alcohol, sin azúcar, orgánicos, veganos, rápidas de consumir y en formatos variados donde es posible encontrar latas, shots y botellas que van desde los 260 ml hasta los 4,5 litros, pasando por las de 750 ml y 1,5 litros. Por supuesto, alineado con el cuidado del medio ambiente, por lo que se valora positivamente el uso de vidrio, lata y cartón.

Como consecuencia de lo anterior, se ha generado un importante crecimiento de esta categoría en el mercado, ya que a las tradicionales variedades de blancos -Chardonnay, Sauvignon Blanc, Late Harvest y Semillony, entre otros-, de tintos o rojos -entre los cuales sobresalen el Merlot, Cabernet, Pinot Noir y Carmenere- se suma ahora el vino rosé, redescubierto y revalorizado gracias a la delicadeza de su aroma y su agradable color.

Por otro lado, este crecimiento también se traduce en una amplia oferta de productos como cócteles en base a vino con sabores a tequila o mojito, por ejemplo, o saborizados con frutas como mango, frutilla/fresa y pomelo. En el caso de los espumantes, ahora se enriquecen con notas de frutos rojos, cítricos, hierbas y especias, por mencionar algunas.

Lo cierto es que las marcas están respondiendo con creces al desafío de hacer vivir a los consumidores una experiencia única a través de sus propuestas saborizadas, con o sin alcohol, que nada tienen que envidiar a las de otras bebidas en cuanto a sensaciones y calidad. Porque el vino ha sabido reinventarse con frescura, originalidad y en sintonía con los tiempos que corren para retener un puesto privilegiado en el top de las preferencias, conquistado ya hace mucho.