El sentido del gusto, al igual que otros sentidos, cambia a lo largo de la vida. Lo que en la niñez se percibe con gran intensidad, con los años puede sentirse más atenuado. Este fenómeno tiene una base fisiológica: nuestras papilas gustativas, encargadas de identificar los sabores, van reduciéndose con el paso del tiempo.

Se estima que contamos con alrededor de 10.000 papilas gustativas al inicio de nuestra vida adulta. Estas estructuras, ubicadas en la lengua, trabajan en conjunto con el olfato para conformar lo que conocemos como sabor: un 80% depende del olfato y solo un 20% de la lengua y el paladar. Sin embargo, a partir de los 60 años, muchas papilas comienzan a encogerse y disminuye la sensibilidad a los cinco gustos básicos: dulce, salado, ácido, amargo y umami/kokumi.

A esta disminución del gusto se suma el impacto del olfato, especialmente después de los 70 años. Con la edad, el número de terminaciones nerviosas en la nariz se reduce y también la producción de mucosidad, lo que dificulta que los aromas permanezcan el tiempo suficiente para ser detectados. En conjunto, estos cambios explican por qué ciertos alimentos pueden “perder” intensidad sensorial en adultos mayores.

En la industria alimentaria, este desafío abre una oportunidad: desarrollar productos que mantengan experiencias plenas y satisfactorias para consumidores de todas las edades. Una mayor percepción dulce o salada, o sabores más definidos, pueden marcar la diferencia entre un producto que se percibe como plano y otro que logra emocionar.

En Cramer Latam trabajamos en la creación de sabores que intensifican la experiencia sensorial, ayudando a las marcas a ofrecer alimentos y bebidas con mayor impacto en el paladar. Nuestro portafolio permite ajustar perfiles de sabor para que cada producto conserve su atractivo, incluso cuando la percepción natural del consumidor cambia con los años.

 

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